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Las manos de María Buenaventura

La artista María Buenaventura está nominada al x Premio Luis Caballero, certamen en el que participa con una reflexión sobre la comida, y aspira por ello a uno de los reconocimientos más importantes del arte nacional que entrega la Alcaldía de Bogotá en 2019.

Por: Daniel Grajales T.

Garbanzo, penca, curuba, uchuva, canelón, pequeñas rosas provenientes de una casa que demolieron en Chapinero y no quería olvidar, así como un piecito de una planta de flores rojas que le regaló el vigilante de la Galería Santa Fe, cuando su sede estaba en Teusaquillo, hacen parte del jardín que María Buenaventura cultiva, con sus propias manos, en el patio de su casa, ubicada en el barrio Belalcázar. Desde allí desarrolla el proyecto con el que participa en la décima edición del Premio Luis Caballero, certamen de la Alcaldía de Bogotá, liderado por el Instituto Distrital de las Artes-Idartes, en el cual intervendrá la Galería Santa Fe, en la plaza de mercado de La Concordia.

Buenaventura, nacida en Medellín en 1974, vive en Bogotá desde que tenía un año. Actualmente se desempeña como artista y docente, después de titularse como magíster en Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional de Colombia. Inicialmente se formó en Filosofía en la Universidad de los Andes y cuenta con estudios de Creación Escénica en la Escuela Internacional de Teatro Jacques Lecoq (París).

Su obra reflexiona sobre el acto de sentarse a comer, cómo han comido las familias bogotanas y cómo se ha dado la transformación de esta tradición ancestral. Le interesan las plantas, los usos de la tierra y la historia del lugar que habita: la sabana de Bogotá. En palabras del curador Santiago Rueda, “silenciosamente, María se ha ocupado en conocer dimensiones de nuestra historia que estaban desatendidas, a la vez que ha acompañado las luchas campesinas, cocinando estas experiencias en una receta inédita para el arte colombiano”.

Precisamente, su proyecto para el Luis Caballero se titula Alguna vez comimos maíz y pescado y reunirá arcilla, maíz, comedores de familias bogotanas del común con pescado nativo preparado por sabedores de la cocina y defensores de especies. “Vamos a recordar a los bogotanos la existencia de los maíces nativos, del pez Capitán y otros pescados del río Bogotá, que comíamos habitualmente antes de que el río fuera convertido en una alcantarilla y la sabana de Bogotá en una ciudad pavimentada”.

Va a poner seis platos hechos en arcilla, de 60 cm de diámetro, con 24 de los pequeños, de los que se usan en las mesas normalmente, para hacer una especie de constelación en el espacio, con todos los platos llenos de maíz, iluminados. Este proyecto se articula con mi Observatorio de maíz, que vengo desarrollando desde 2014, ya que cada grano de maíz me parece fascinante simplemente con verlo. Luego de hablar con una agrónoma argentina, Ana Broccoli, me ha interesado más estudiarlo.

Cada grano de maíz tiene el reflejo de “genes saltarines”, conectando el concepto científico de vida con el de la importancia de la tierra, del agro y de la tierra labrada con las manos por hombres y mujeres. Es que el quehacer culinario —en su obra— es una poesía sobre los diferentes sentidos, como el gusto y el olfato, siendo lo manual fundamental, irremplazable, a la hora de producir alimento. Las manos de María Buenaventura tienen un papel protagónico en la obra, así como en su vida, porque en su cotidianidad también manipula las materias, desde el cultivo hasta la preparación de platillos.

Al revisar la trayectoria de Buenaventura, además del conceptualismo, debe entenderse el interés constante por el regreso a lo que fue tradición, como comer en familia, lo cual puede sintetizarse en un interés plástico por lo humano, por quien con sus manos cultiva la tierra y por cómo con las manos transforman comer en recordar.

No solo serán platos de arcilla con diferentes tipos de maíz nativo, con formas y tonalidades diversas; en su intervención habrá una mesa de comedor compuesta por pequeñas mesas reales, que le prestarán familias bogotanas, durante un mes y medio, ya que ha querido “mesas que tengan esa historia del acto de comer bogotano”.

Haré dos comidas, la de la inauguración, que pienso hacerla con torta y empanadas de maíz hechas por uno de los cocineros de la plaza de La Concordia, y una cena en honor al pez Capitán, a la que quiero invitar a personas que trabajan por el río, tales como los cuidadores y las corporaciones que quieren salvar esta especie del río Bogotá.

Un espacio propicio para su historia

La visibilidad que otorga el Luis Caballero no es la principal motivación para esta artista. Le resulta un sueño saber que intervendrá la Galería Santa Fe, ubicada debajo de la plaza de mercado de La Concordia, en cuanto el espacio está acorde a sus tensiones conceptuales. Dice Buenaventura que lo que hace con sus creaciones conversa perfecto con el ejercicio de la plaza.

Afirma también que, “como persona que creció en Bogotá”, ha sido importante visitar las diferentes ediciones del Premio Luis Caballero, ver intervenciones en gran formato, propuestas escultóricas. Creo que se debe seguir dando importancia al premio, pues, después de la salida del evento del Planetario de Bogotá, se volvió una intervención de distintos espacios de la ciudad.

Le resulta el espacio propicio, coherente y poético para su obra. Desde que supo que ese sería el lugar de la nueva Galería Santa Fe, se emocionó con que un espacio urbano reuniera sus dos grandes amores: los alimentos y la comida con el arte.

Yo quería abrir la galería, porque, desde que empezó el proyecto de poner una galería debajo de una plaza de mercado, sentí como si estuviera hecho para mí. Era lo que más quería, tener esa relación, exponer en la plaza de mercado, comer y ver maíz y pescados.

Si bien se crió en una casa de artistas, historiadores e intelectuales de izquierda, por lo que era difícil no ser humanista, fue la cocina, el arte culinario, lo  que más le llamó la atención, desde finales de la década de los noventa. Ahora, durante sus clases en la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano, recorre las calles de la ciudad con sus estudiantes y los invita a conocer a quienes, con sus manos, transforman comunidades.

Llegué cuando tenía un año al barrio Belalcázar, donde luego de algunos periplos regresé a vivir hace un año. Mi familia fue de intelectuales: los cuatro hijos somos artistas, mi hermano mayor era pintor, mi hermana es realizadora de cine y televisión, yo comencé estudiando Teatro y Filosofía, y me di cuenta de que me interesaban las Artes Plásticas, finalmente, mi otra hermana es historiadora y crítica de arte. Mi papá era historiador y pedagogo y, en su primera etapa, fue un pensador comunista. Mi madre fue economista y pedagoga del Partido Comunista.

Entre sus referentes no puede negar el de la escritura, así como el de las artes escénicas y disciplinas como la botánica. En su relato no falta la mención a su tío, el dramaturgo Enrique Buenaventura.

En mi casa era muy importante comer. Los almuerzos los aplaudíamos como una gran obra, durante ellos mi papá solía hacernos preguntas filosóficas muy grandes, recuerdo que cuando tenía cuatro años me preguntaba: “María, ¿Dios está por fuera o por dentro del universo?”  y yo quedaba como en shock. Como mi mamá era feminista, yo le cuestionaba por qué era Dios y no Diosa, por qué todo masculino. Nos preguntaba de dónde venía la palabra servilleta y todos empezábamos a especular.

La hora de la comida, dice, siempre estuvo ligada al pensamiento. “Cuando estaba en vacaciones del colegio, recuerdo que me levantaba a las 4:00 a. m. para ayudarle a moler maíz a mi abuela, por eso es muy importante el maíz para mí. Dios escribe recto con líneas torcidas”.

La violencia del país en las décadas de los ochenta y noventa llevó a que su madre la vinculara más a la cocina:

Mamá decidió que una forma de escapar eran los cursos de cocina y me metió a esos cursos, así como a cursos de coser ropa. Empecé a amar la cocina. Por cosas de la vida, cuando salí con mi flamante título de Filosofía y luego el flamante título de Teatro, decidí ser mesera, porque eso es lo que uno puede hacer con esos títulos en Bogotá. Siendo mesera aprendí muchísimo de cocina en el restaurante, pues llegaba a ayudar a preparar las cosas.

En ese restaurante, llamado Urbano, hizo su primer proyecto de arte y cocina, el chef, Francisco, se sumó a su idea “el espectro de la cocina” para mezclar cocina con video. En 2004 contaron juntos La historia de Bogotá en comida, una muestra para el Museo Nacional.

Más que un medio o una técnica, soy una filósofa, una artista, unas veces lo uno y otras lo otro, y busco dejar fluir cosas que hay que expresar. Este año trabajé marionetas con mis estudiantes de la Tadeo, también he hecho máscaras, la cocina misma, el cultivo, el video y objetos escultóricos. Hago mucho, pero todo sobre lo mismo, la fascinación por la gente y la naturaleza.

Nydia Gutiérrez, curadora jefa del Museo de Antioquia, cree que

María es una artista que se ha centrado en las relaciones que establecemos con nuestro entorno natural. Lo que lo hace muy interesante es que esas relaciones significan, muchas veces, posiciones políticas, ya que lo que hacemos con el medio ambiente en toda su diversidad generalmente implica una posición política y ella no solo ha contribuido a concientizar esas relaciones, sino que suele plantear metafóricamente problemas denunciables sobre el manejo de los recursos, la inequidad y las historias de segregación y dominación que se producen a través del manejo de los recursos naturales.

De acuerdo con Gutiérrez, líder artística de los Encuentros de Arte de Medellín mde, Buenaventura “es una investigadora que estudia muy bien los asuntos relativos a la botánica, la biología, sus problemáticas, las cuales aborda, para luego darles una dimensión política que es muy importante”.

Sus referentes

María Elvira Escallón, también nominada al Caballero, ha sido muy importante para el trabajo de María Buenaventura.

“Ella tiene una fascinación por el mundo, una visión extrañada del mundo que hace coro conmigo y me resuena un montón”, cuenta la creadora, quien además define como referente al Teatro La Candelaria.

Yo crecí en el Teatro La Candelaria, recuerdo que antes de las obras me dejaban entrar y actuar frente a un público imaginario, luego me sentaba cuando empezaba la obra. Desde mi infancia hasta 1997, cuando empecé a viajar, estuve todo el tiempo relacionada con lo escénico. Pedro Alcántara también hace parte de mis referentes, era amigo de la familia y verlo pintar era muy importante para mí.

Las conversaciones de Enrique Buenaventura, su tío, con su padre, fueron importantes para ella, “era algo de vacaciones, todo el año estaba en La Candelaria y las vacaciones, en Cali, con Enrique, eran conversaciones impresionantes”.

Peter Kubelka (Viena, 1934) un cineasta, músico y arquitecto, fue muy importante para ella cuando hizo experimentos en video, pero también “cuando cambié a trabajar con la cocina, porque él hace una reflexión desde el arte, no desde lo gourmet, sobre cómo puede la cocina generar imágenes en las personas”.

Recuerda que en el colegio la llevaron a ver una exposición, en sexto de bachillerato, a la Biblioteca Luis Ángel Arango. Eso le cambió la vida: ver que para el artista que exhibía, el mismo Luis Caballero, “el desgarramiento era fundamental”, así como apreciar el poder de su dibujo y expresión.

A los 16 años esa exposición fue fundamental para mí, aunque nunca quise dibujar, pues no era lo mío. Recuerdo que él estaba ahí y fuimos y le dimos la mano, eso para mí significó mucho, era un hombre bellísimo, para uno de chiquita era como ¡wow!, qué hombre tan guapo y con gran presencia.

Se siente mala para conquistar, así su obra haya seducido en diferentes certámenes nacionales. “Nunca he conquistado a nadie, soy soltera. Si yo fuera seductora estaría casada y llena de hijos (risas). Yo haré lo mío, el jurado verá”.

Cierra hablando de la escena local, de ese “arte colombiano” que, de un momento a otro, “se volvió elegantísimo”.

Para mí el arte siempre ha sido ser artista, mesera y profesora hora-cátedra, todos trabajos muy humildes. Hay una apariencia de elegancia que, aunque puede estar muy bien, a mí me preocupa, creo que es inflar la cosa. Como en 2008 en Estados Unidos, que hubo una burbuja, y esto del arte colombiano internacionalizado puede ser eso, una burbuja. Me preocupa que haya una burbuja. Cuando algo se internacionaliza tanto se ve muy importante, pero hay un desarraigo y no se tienen los pies en este lugar.